La primera vez que fui al Valme vestida de flamenca contaba nueve meses. Mi madre me vistió con un trajecito de organdí rosa y blanco, luego vino uno rojo, otro de nylon verde – en mi casa nunca faltó un traje de flamenca verde porque mi padre era del Betis- y así año tras año mis hermanas y yo íbamos intercambiándonos y heredando trajes de flamenca, hasta que a los 18 años opté por los vaqueros y el pelo suelto.
A partir de entonces no he sido parte activa en la puesta en escena, sino sólo una espectadora que admira sobre todo la estética y la tradición de una fiesta que intenta ser fiel a su esencia y que recuerda con nostalgia la emoción de una niña probándose unos zapatitos de tacón rojo la víspera de la romería.
Por todo esto, para escribir este artículo recurro a las “fuentes vivas” y le pido a dos mujeres “valmeras” que me hablen de sus romerías, de los vestidos, del adorno de las carretas, de los cantes y bailes, de las comidas, costumbres y paisajes que envuelven al Valme.
Anita López Gómez nació en el año 23, aquel año su abuelo-mi bisabuelo- había inaugurado el almacén de aceitunas “Las Cruces”, tenía un añito cuando fue por primera vez al Valme con sus padres y hermanos, iban en una “manola”, un coche de caballo familiar.
“No siempre hubo volantes y lunares, -recuerda Anita refiriéndose al traje de flamenca-, cuando yo era pequeña las faldas eran de vuelo a la rodilla y no se veían trajes de volantes. Un año fuimos con mi madre a Sevilla y compramos una pieza de tela de florecitas en la tienda de textiles “Nueva Ciudad”, nos hicimos unos trajes que llamábamos de aldeanas.
Los hombres iban con mascotas, otros con sombreros de ala ancha y botas camperas.
Los bailes también han cambiado, mi madre bailaba las sevillanas con los bazos muy abiertos y cuando daba la vuelta rozaba el suelo con la cinta de los palillos. Nos enseñaban a bailar sevillanas nuestras madres y los estilos iban pasando de madres a hijas. Luego llegaron “los boleros”, que iban a las casas a enseñar a bailar, me acuerdo de Juanito “el bolero” y de Mariquita “la bolera”.
Poco antes de la guerra comenzaron a verse los primeros trajes de flamenca con volantes, los copiamos de los que salían en los carteles de la Feria de Sevilla. Los primeros que vimos los llevaban las niñas de una carreta que salió de Villa Pepita, eran largos hasta los tobillos con muchos volantes pequeños en la falda que tenía el corte en la cintura.
Después llegó la moda de los pañuelos, estábamos horrorosas, pañuelos en la cabeza y medias blancas, los trajes eran de tres volantes, las hermanas Pardales confeccionaron muchos de ellos. Luego volvieron las flores y los peinecillos y comenzamos a ponernos zapato de tacón.
Después de la guerra no todos los años hubo romería. En estos años y en los cincuenta se veían algunos trajes más modernos con tres volantes, talle bajo y manga corta con volantes. Pero no todas podían estrenar y también se veían algunos de años anteriores con muchos volantes. Eran de lunares o lisos, el estampado no había llegado aún.”.
Efectivamente, el traje de flamenca o gitana, llamado así por ser copiado de los trajes que las gitanas llevaban a la antigua feria del ganado de Sevilla, triunfa definitivamente como atuendo típico para ir a la feria en la exposición del 29. Es el único traje regional que se reinventa cada temporada, que si bien es fiel a su esencia – Una hechura clásica llamada «cuerpo de guitarra», escote de pico, redondo o cuadrado, según las épocas, ceñido al cuerpo y abierto en las caderas con volantes, acompañado de distintos complementos: mantones o mantoncillos, flores en el pelo, pulseras, zarcillos largos, peinetas, peinecillos- evoluciona con la moda y se adapta a las necesidades de su dueña: baile, peregrinación, clima, lucimiento del cuerpo, campo o ciudad, incluso día o noche.
Las mujeres de Dos Hermanas estuvieron muy pendientes siempre de las tendencias que marcaba la feria de Sevilla en cuanto a estilismos. La bata de percal con tres volantes fue evolucionando, se utilizaron para su confección organdí, tergal, nylon, batista, algodón, raso, sedas. Fueron adornados con tiras bordadas, cintas, flecos. Con el transcurrir del tiempo cambió la hechura de la manga, el largo del vestido, los estampados y los peinados y complementos.
Con la ayuda de Mari Carmen Rubio, “valmera” con buena memoria, intentaré esbozar un recorrido por el estilismo de trajes de flamenca en la romería a partir del punto en que lo deja Anita.
En la década de los sesenta se llevaban los trajes de Vichy de lunares y cordoncillos en los vivos, se iba a comprar el almidón a la droguería de Felipe en los cuatro cantillos, en vísperas de Valme la pregunta obligada era: _¿Te has planchado ya el traje?_
En los setenta arrasó el nylon, trajes cortos al filo de la rodilla y cortados a la cintura. No había que plancharlos, se lavaban y como nuevos, estos trajes no llevaban como complemento el mantoncillo de seda, sino los flecos al filo del escote de pico. Un giro hacia lo práctico que no diera mucho trabajo, aunque se sacrificase la belleza de lo clásico.
Esta moda no duró mucho, antes de que acabase esta década ya habían vuelto los trajes largos de tela, aunque esta vez con un solo volante al filo de la falda y manga al codo con volante, como complemento el mantón de seda con flecos largos. Para darle cierta gracia y vuelo al volante, se le cosía al filo tiras de nylon plegadas conocidas como carruchas.
En los setenta irrumpen los estampados florales, aunque siempre hubo mucha preferencia por los lunares.
En los ochenta vuelven los trajes con el talle alto a la cintura y tres volantes grandes adornados con tiras bordadas y encajes, eran largos hasta los pies y pesaban lo suyo.
A partir de los años noventa, tras una década de trajes barrocamente recargados de encajes y cintas de raso, el traje de flamenca, se desvistió de adornos y caderas escondidas, sufriendo una metamorfosis de la que salió vaporoso, ligero y sensual. Telas sedosas, colores lisos y el sempiterno lunar comenzaron a envolver a una mujer que luce todo su contorno bajando talle y volantes y desnudando los brazos. Se rescata el popelín y sin renunciar al talle bajo, se parte el traje en dos piezas y se agranda el lunar.
En cuanto a los avíos o complementos, los pendientes de aro- redondos o de pera-, las pulseras y las flores de tela han sido los complementos ideales, aunque también han pasado por distintas etapas de estilos y un inventarse y reinventarse. Hemos visto pendientes de corales, de plata y de bisutería y broches para sujetar los mantoncillos, collares, bolsos de mano y peinecillos. Enaguas bajo las faldas, zapatos de tacón, botas camperas, alpargatas y zapatillas de cuña de esparto.
En lo referente a peinados, el moño adornado con flores ha sido el más utilizado, al principio las flores eran naturales, claveles, jazmines, rosas y clavellinas cortadas de los patios de Dos Hermanas, luego llegaron las flores de tela.
Anita López recuerda como aprendió a hacer las flores para el pelo viendo hacerlas a Arias en su zapatería de la calle Santa María Magdalena, primero almidonaba las telas y con el hilo de bordar y un alambre hacía el pistilo de la flor, hizo flores a juego con los trajes para las niñas de su carreta que aquel año se ahorraron los 3 reales que costaba el ramito.
Allá por los años 60 y 70, Doña Flora hacía flores de tela haciendo juego con el traje en su taller de la calle Melliza, aunque sólo las más pudientes iban allí,-cuenta Mari Carmen Rubio- ya que la mayoría las comprábamos en la mercería de Mariquita la de los calientes o en Alvarito. Actualmente la gama de complementos para trajes de gitana es inmensurable y pueden adquirirse en mercerías, grandes almacenes, tiendas artesanales e incluso en los bazares chinos.
Al despedirme de Anita López, me pide que cite en el artículo a una persona.
_Tienes que hablar de Mari Baena – tía de Paulina-, aunque no era de Dos Hermanas, hizo mucho por el Valme, su madre fue la que nos enseñó a hacer las flores de pellizco para adornar las carretas. Antes se hacían doblándolas y no quedaban tan bonitas. También aprendimos con ellas a hacer las flores grandes: amapolas, flores de almendro, margaritas.
Arreglábamos la carreta en lo de Crespo (actualmente sala cultural “La Almona”), nuestro rival a la hora de competir por el premio era Arias, tenía mucho arte a la hora de arreglar una carreta. Un año cantaron las niñas de la carreta de Arias la siguiente sevillana:
“Las carretas de Arias no llevan premio porque las niñas “litri” lo van diciendo”
(“litri” sería el equivalente a “pijas”).
Los pretendientes siempre iban revoloteando alrededor de la carreta, algunos iban a caballo y otros andando, ellos eran los que hacían de bueyes la noche antes y nos sacaban la carreta a la plaza la noche antes.
La primera vez que subí a una carreta costaba el sitio 6 pesetas, sin embargo, allá por el 45 ya tuvimos que pedir 500 pesetas.
La última vez que arreglé una caseta fue a principios de los años setenta, me empeñé en hacer el diseño con el techo como el paso de la Virgen de los Reyes, le encargamos la estructura a un carpintero. Lo forré con las sábanas de aviación de mi hermano Juan José, que era piloto y lo decoramos con lunares que recortábamos usando platos. Me ayudaron a hacerla Eugenia, Mari Díaz, Amparo León y Mari Valera, que ya eran “zangonas”(adolescentes).
La carreta ganó el premio y salió en fotos en el “abc”_
Para Mari Carmen Rubio, Arias fue el gran innovador, arreglaba las carretas como nadie, fue el creador de las flores contrahechas, recuerda como algo especial una carreta adornada con siemprevivas.
Antiguamente se usaban 5 resmas (cada resma tiene 500 láminas) de papel de seda para hacer las flores de toda una carreta, ahora se utilizan entre 30 y 35, las flores van apretadas, no se ve ni un hueco, todo eso se lo debemos a Arias.
Para saber más: SANTOS GIL, Hugo: La Romería de Valme 1894-1994. Dos Hermanas, 1996